Hoy se despliega un escenario en el que el veredicto de las urnas se erige como la única y definitiva sentencia, subrayando que en el ámbito político nada es gratuito y que cada decisión acarrea consecuencias. La jornada se presenta como una lección en vivo de los principios democráticos, evidenciando la naturaleza transitoria tanto de mayorías como de minorías. Sin embargo, existen instantes en los que la historia parece rayar en lo inusitado, momentos en los que el tiempo se congela para abrir paso a una transformación que reorienta los acontecimientos y que, hasta hace poco, parecía inalcanzable pero ha sido impulsada por determinados sectores sociales.
Se evoca el 2010, cuando, tras ser apartados del poder, se determinó desmantelar dos décadas de la Concertación, pues se consideraba que el legado de la dictadura aún persistía. Durante aquel proceso, Michelle Bachelet se consolidó como figura principal, mientras el movimiento estudiantil irrumpía con la fuerza de un mesías, anunciando la llegada a la tan anhelada ‘tierra prometida’ de los cambios refundacionales. Los objetivos eran claros: acabar con “la Constitución de Pinochet”, frenar el neoliberalismo y transitar de un Estado subsidiario hacia uno social que garantizara derechos universales.
El gobierno de la Nueva Mayoría adoptó medidas contundentes: se implementó una reforma tributaria, se pusieron fin a ciertas prácticas lucrativas, se eliminaron copagos y sistemas de selección, se instauró la gratuidad en la educación universitaria, se inició la desmunicipalización de liceos fiscales, se reformuló el sistema electoral y se dio comienzo al proceso constituyente. Dichas transformaciones, que marcaron un periodo de bajo crecimiento económico tras el retorno a la democracia, presagiaron tendencias posteriores observadas durante el estallido social, tales como la legitimación de la violencia, el intento por derrocar a un gobierno elegido en urnas, y un proceso constituyente impuesto de facto, acompañados del deterioro del orden público, incremento de la inseguridad y expansión del control territorial del crimen organizado.
En definitiva, los sucesos de los últimos años tienen su raíz en un complejo entramado de decisiones, en un fervor colectivo y en una aspiración juvenil por redimir una historia repleta de decepciones. Una generación, y luego otra, han apoyado un sistema que hoy se ve forzado a entregar la presidencia a un reto mayúsculo, dejando tras de sí un legado marcado por la ausencia de una nueva Constitución y el agravamiento de problemas en áreas como el sistema de pensiones, la salud y otros sectores clave.
Al concluir este día, cuando finalmente se ajusten las cuentas, la incógnita que pesará sobre aquellos que han visto su proyecto naufragar será ineludible: ¿cómo permitimos que todo esto sucediera? Sin duda, un desafío que no se solucionó de manera sencilla.
Autor: Iñigo Socías
